
La canonización de Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati se presenta como un regalo providencial para la Iglesia de nuestro tiempo y, de manera especial, para la Iglesia doméstica, donde la fe se transmite de generación en generación y donde se forja la primera experiencia del amor de Dios. Ambos, jóvenes de épocas distintas, encarnaron con frescura y radicalidad la llamada universal a la santidad, recordándonos que no se trata de una meta inalcanzable reservada a unos pocos, sino de un camino posible en la vida cotidiana cuando Cristo ocupa el centro.
En Pier Giorgio encontramos al joven universitario de inicios del siglo XX que, en medio de una vida activa y rodeado de amistades, supo poner a Cristo como brújula de sus decisiones. Su fe sólida lo llevó a involucrarse con pasión en la vida parroquial, en la acción social y en la caridad hacia los más pobres. Su alegría natural, su amor por la montaña y su lema “¡Hacia lo alto!” nos muestran que la santidad no consiste en apartarse del mundo, sino en elevarlo con la fuerza del Evangelio. Pier Giorgio descubrió en los más necesitados el rostro vivo de Cristo, convirtiendo cada gesto de servicio en un acto de adoración y de entrega.
En Carlo, por otro lado, hallamos al adolescente del siglo XXI que abrazó la tecnología y la convirtió en instrumento de evangelización. Con tan solo 15 años, fue capaz de demostrar que el internet no tiene por qué ser un espacio vacío, sino que puede transformarse en un púlpito desde el cual anunciar la belleza de la fe. Su amor por la Eucaristía lo llevó a afirmar con convicción que era su “autopista al cielo”, y esa convicción se convirtió en el centro de su corta pero fecunda vida. Ofreciendo sus sufrimientos por el Papa y por la Iglesia, Carlo mostró a las familias de hoy que el amor y la fidelidad a Cristo son más fuertes que cualquier límite humano.
Ambos testimonios hablan con fuerza a los hogares cristianos, porque la familia es el lugar donde se aprenden las primeras palabras de fe, donde se enseñan las oraciones, donde se modela la capacidad de servicio y donde se da forma al corazón. Pier Giorgio y Carlo nos recuerdan que los padres están llamados a ser los primeros educadores en la fe y que los hijos, aún en su juventud, pueden convertirse en maestros de esperanza para toda la comunidad.
La Iglesia doméstica encuentra en estos nuevos santos modelos concretos de vida cristiana que inspiran a padres y a hijos. Ellos demuestran que la santidad se cultiva en lo ordinario: en la mesa compartida que se convierte en espacio de diálogo y comunión, en el servicio silencioso que se vive dentro y fuera del hogar, en el uso responsable de la tecnología que refleja la verdad y la bondad, y en el compromiso por los demás que abre las puertas al prójimo necesitado.
Su canonización no es solo un reconocimiento eclesial a la grandeza de sus vidas, sino también una invitación urgente para que cada hogar cristiano abrace con valentía la misión de formar discípulos misioneros. La Iglesia doméstica, iluminada por estos dos nuevos santos, recibe el recordatorio de que el Evangelio no debe quedarse en los templos, sino que debe hacerse vida en los pasillos del hogar, en las conversaciones familiares, en las dificultades económicas, en los momentos de alegría y en las pruebas. Allí, en lo cotidiano, la santidad florece.
Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati se convierten así en compañeros de camino para todas las familias que buscan ser auténticas iglesias vivientes, faros de fe en medio de un mundo que tantas veces ofrece oscuridad. Ellos muestran que sí es posible vivir el Evangelio en plenitud, que sí se puede ser santo en la juventud, y que la casa, cuando se habita con Cristo, se transforma en la primera escuela de amor y en el primer altar de la vida cristiana.