En medio de un mundo que olvida con facilidad lo sagrado, la solemnidad del Corpus Christi resplandece como una luz que nos recuerda una verdad fundamental de nuestra fe: Jesús está real y verdaderamente presente en la Eucaristía. No es símbolo, no es memoria lejana, es presencia viva y transformadora, pan bajado del cielo que alimenta el alma y da vida al mundo (cf. Jn 6,51).
Celebrar Corpus Christi es rendir adoración a ese misterio inabarcable, a ese Dios que se hace frágil y se deja tomar en nuestras manos. Pero más allá de la procesión y la liturgia, esta fiesta tiene un eco profundo en un lugar muchas veces olvidado: la familia. ¿Qué lugar ocupa Cristo Eucaristía en nuestros hogares? ¿Cómo podemos vivir el Corpus Christi más allá de un solo día?
El Concilio Vaticano II nos enseñó que la familia cristiana es la Iglesia doméstica, el primer lugar donde se transmite la fe y se aprende a amar como Cristo nos amó. En este sentido, Corpus Christi es una llamada urgente a renovar nuestra vida familiar desde el corazón de la Eucaristía.
La Eucaristía no solo se celebra, se vive. Y se vive en lo cotidiano: en el pan compartido en la mesa, en el perdón entre esposos, en la paciencia con los hijos, en la oración sencilla al comenzar el día. Cada gesto de amor vivido en familia se convierte en un eco del amor eucarístico de Cristo, que se parte y se reparte por amor.
Cuatro caminos para vivir el Corpus Christi en familia
La fiesta del Corpus Christi no termina cuando se apagan las luces del templo o cuando se guarda el Santísimo. Comienza verdaderamente cuando llevamos a Cristo con nosotros, cuando lo hacemos habitar en nuestros hogares, en nuestras palabras, en nuestros gestos y decisiones.
La familia católica tiene hoy una misión profética: ser custodio de la presencia viva de Jesús en medio de un mundo hambriento de amor auténtico y verdad. Que el altar no esté solo en la iglesia, sino también en la mesa familiar. Que el incienso no suba solo en la liturgia, sino en la oración sencilla de los hijos. Que el Cuerpo de Cristo no se reciba solo en la misa, sino también en el hermano que necesita, en el esposo que espera, en el hijo que confía.
Vivir el Corpus Christi es dejar que Cristo viva en nosotros. Y si Cristo vive en la familia, la familia se convierte en milagro permanente.
"Yo soy el Pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed."
(Juan 6, 35)